Es importante valorar, como a partir de una mirada profunda y detenida, se puede analizar a la lectura y a la escritura en contextos, espacios y tiempos diferentes para determinar puntos de encuentros, desencuentros y complejidades, sobre todo en la relación que existe entre la transmisión de estas herramientas de la comunicación y nuestras prácticas docentes, partiendo de qué y cómo enseñar a los alumnos en torno a estos temas, siendo el centro de una reflexión pedagógica. Establecer un posible diálogo entre los dos textos mencionados tiene ciertas razones: - Primero porque es necesario para ese análisis, partir de nuestra propia experiencia, del proceso de nuestra formación docente y de la construcción de nuestra identidad, sin descuidar la percepción que los otros actores del proceso educativo ( alumnos), tienen de nosotros. -Segundo , porque me he identificado con lo que se plantea sobre el libro, las exigencias de leer y la globalización como fenómeno que atrae y desconcierta a la vez.
De acuerdo con la orientación sociocultural, la lectura y la escritura son construcciones sociales, actividades socialmente definidas, y es necesario pensarlas desde nuestro lugar, desde nuestra tarea, procurando ingresar a los alumnos al mundo de la cultura escrita, como sostiene María del Pilar Gaspar en “Los (entre)dichos de la cultura”. Ana María Finocchio (Profesora de Letras), en su clase: “La Comunidad docente....” se detiene en el término comunidad e incluso hasta parece personificarla, pues la adjetiva de blanda, amable, esperanzada, implica un sentimiento de trabajo compartido, de esfuerzos comunes, más allá de que también signifique muchas veces competencia, pero particularmente apunta a la búsqueda de identidad y cómo vemos pasar por nuestras mentes un sin fin de imágenes de aquellos que marcaron ese camino de apropiación de la lectura y escritura, tanto en nuestra educación sistemática como en la profesional . Algo importante para destacar, como sostiene Finocchio es que comunidad no es sinónimo de homogeneidad, ni puede serlo si apelamos a nuestras experiencias en las aulas y en las instituciones educativas, no olvidemos que en el camino de nuestra formación docente siempre se pone en relación experiencias individuales y colectivas de una comunidad, planteadas en un mundo situado más en el deseo que en la realidad, porque esta modernidad nos ha traido cambios en los que se carece de puntos de referencias y entorno social duradero o seguro. De todos modos, somos una comunidad y nuestra identidad hoy al decir de Finocchio ,es flexible, está siempre en proceso de construcción, por lo tanto es incompleta como dice Bauman. En ese construir un “nosotros”, manifestado por Morley, y citado en este artículo , debemos articular un diálogo en torno a las diferencias , que no sea defensivo ni excluyente en el tema de la lectura y escritura, aunque muchas veces nos encontramos frente a la complejidad de que esa identidad docente, esa jerarquía cultural que durante tanto tiempo constituyó el aspecto más significativo en nuestra trayectoria, (leer y escribir definían una manera de vincularnos con los otros miembros de esa comunidad) hoy ya no tiene ese estatus.
En este sentido y atendiendo a la formación de futuros docentes, como transmisores de la palabra escrita, Ana María sostiene que no tienen la misma valoración de la cultura letrada en la que nosotros hemos sido formados, y se debe plantear que leer y escribir es una consigna que comprende a toda la sociedad (según el licenciado peruano Alberto Rosales), y en definitiva somos lo que leemos y como educadores debemos preocuparnos por la calidad y no tanto por la cantidad, pues esta última no garantiza comprensión sino memorización. En esta formación de la comunidad educativa que construye una identidad docente , cumple un rol fundamental el tema de la lectura, por eso Carlos Monsiváis (intelectual mexicano), menciona en su artículo “Elogio innecesario de los libros”, que en conjunto se lee menos y para ello hay varias razones tales como : -sitio real que ocupa la lectura, costo de los libros, la globalización y por sobre todo las políticas de estado aplicadas en la educación. Aspectos por supuesto muy valiosos y que también inciden en la construcción de esa identidad docente de la que hoy hacía referencia. El título del artículo parece indicarnos que por mucho tiempo “El libro” se consideró una especie de valuarte que uno atesoraba con gran afecto y lo que se discute hoy son las diferentes formas de leer , las críticas constantes a esas formas, sin atender que el mundo se ha transformado y que debemos adaptarnos a los cambios, sin dejar de ser críticos y reflexivos. Como el mismo Monsiváis sostiene, “la sociedad pierde al abandonar la ventaja de la lectura como estructura del conocimiento , no se la puede impulsar desde la institución educativa, pues no se puede lograr en los alumnos lo que los docentes no hacen”. Este agobio que sentimos en el Siglo XXI, como dice el autor mexicano, frente a una masificación de la enseñanza, deterioro del proceso educativo, la globalización, el avasallamiento de las industrias culturales, el mundo de la imagen, nos ha guiado hacia la obligación de la lectura ante la disminución de dicho hábito y esto conduce al fracaso. Jorge Luis Borges expresa: “No vivo para leer, sino leo para vivir”, marcando bien la diferencia: para vivir, para crecer, para conocer. Esto es lo que hoy falta en nuestras instituciones, por eso Finocchio y Monsiváis tienen puntos en común, pues para que la comunidad educativa pueda crecer con marcada identidad profesional, transmisora de saberes, con fuerte presencia, deben potenciarse desde el estado políticas educativas en las que las herramientas básicas de la educación como lo son el leer y escribir tenga un valioso sustento, con adecuada planificación, creación de programas que las incluyan , fomenten y por sobre todo pensar que siempre ha existido una minoría lectora, y que quizás este mundo global permita una cierta apertura a la lectura y escritura, aunque se debe regular las formas de hacerlo, pues como sostiene Ludwing Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” y que bien determina Alfonso Reyes: “Estamos tejidos en la sustancia de los libros mucho más de lo que a simple vista parece”. No todo se ha perdido, sino que se ha transformado y también debemos hacerlo nosotros.
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